1 de octubre de 2013

DCCXXXVII.- otsuacoloH


Uno se imagina a don Reinaldo Mena en la Araucaníapor allá por el año 26, jugando a invertir el anagrama del niño recién nacido. Uno se imagina a don Reinaldo Mena haciéndolo dormir bajo la totora del patio, a punto de soñar y rodeado de tábanos felices. Uno se imagina a don Reinaldo Mena llevando en los hombros al niño para encumbrar volantines en Villarrica, bajo el sol de septiembre.

Es divertido imaginárselo y provoca hasta cierta simpatía imaginar a Odlanier Mena estudiando en la preparatoria para ser un gran chileno. 
Ascanio Cavallo lo dejó casi como un Rey de la Nobleza en su penosa esquela mortuoria del fin de semana pasado. Pero no.

Hay que imaginarse a Odlanier Mena apilando cadávares aun vestidos en el desierto y en la precordillera. Hay que imaginarse a Odlanier Mena dando órdenes para que encendiesen la hoguera. 
Hay que imaginarse a Odlanier Mena arrojándolos para que desapareciesen por segunda vez y para siempre. Hay que imaginarse a Odlanier Mena atando rieles con un alambre a los restos de cientos de chilenos, ocultos en sacos paperos. Hay que imaginarse a Odlanier Mena arrojándolos al mar desde un helicóptero. 

Hay que imaginarse a Odlanier Mena huyendo de la Justicia para entrar en el Infierno.

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