Sólo pido la palabra unos breves segundos
porque creo que es preciso finalmente decir
ciertas cosas referidas al destino del mundo
que ha nacido justo el día en que orgulloso la vi.
Hace sólo algunos días frente a sórdida vileza,
no hizo más que un vivo gesto de genuino pundonor.
No conozco otra mujer con parecida fortaleza.
Ni otra semejante a ella en dignidad y valor.
Es la roja caracola de las espirales tristes,
porque nada en esta vida fácilmente le vino:
nunca quiso ir a la grupa y, con la lanza en ristre,
se ha lanzado a la batalla contra todos los molinos.
Yo querría defenderla con un puño en cada mano,
pero no lo necesita, ni le llego a los talones.
¡Que me escuchen al Oriente de la Plaza Baquedano
y que lo sepan los rufianes, testaferros y varones!
Y que nadie se atreva a bloquear sus pasos
de magnífica belleza entre la gente que va
luchando junto a ella con la cruz de los descalzos,
por la hermosa luz que tiñe el alba de la Humanidad.
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