
Allí donde me vaya vive Lágrimanuel:
su rosa ponzoñosa que, adherida a la roca,
camina entre la frágil fina umbría celeste,
delicia que amanece y que perfora sin hablar.
Carezco de sutiles aparatos para ver:
elevo yo las manos aguerrido contra el viento.
Mi mundo se ha poblado de canciones que no oigo,
y todo lo que toco se deshace en el papel.
Podría dedicarme, cancerbero de la noche,
a enviar endecasílabos febriles por el mar,
millones de botellas arrojadas a la playa,
argollas de cuestiones que jamás responderás.
Prefiero contenerme en un océano tributo,
amando y recogiendo, cual pelícano gigante
terrones de calipso prohibido, para darte
la fábula soñada, que no quiero despertar.
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