
Cierta cofradía de aterrados sumisos
barre con sus manos el pasillo cuando va,
ogro venerado, que no pide ni permiso.
Nada se le escapa cuando sabe la verdad.
Todo está entregado a su irrestricto papel
de peoneta, galleta, patrón y Rasputín.
Nadie sabe más que lo que dice sólo él
porque nunca se equivoca, ni lo puedes corregir.
Su juicio se alimenta de la negra delación,
de la furia y la vergüenza o de la burla cruel,
escondida y misteriosa, porque no hay perdón
para el hombre que le dijo la verdad más fiel.
Yo, que fui su amigo, descubrí que a veces
logra lo imposible porque tiene el poder:
se hace lo que dice pero no se le obedece.
Es el solitario semidiós del piso diez.